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Como iglesia, velamos por el bienestar de las damas, pilares afectivos del hogar.

El ministerio de damas es una hermosa y efectiva estrategia también para el cumplimiento de la Gran Comisión, ya que la mujer juega un papel definitivo en el medio en el que se desenvuelve, y necesita ser cimentada sobre bases firmes que le permitan enfrentar todas las situaciones del diario vivir. En la medida en que se forman los principios espirituales y se les enseña a ejercer con presteza y exactitud su función según lo planteado por las Escrituras (La Biblia), se convertirán en mujeres realizadas, felices y comprometidas, que ejercen gran influencia sobre sus familias y su comunidad.

 

Las mujeres están llamadas a ser bendición

Siempre se ha dicho que detrás de un gran hombre de éxito siempre hay una gran mujer. La mujer bien cimentada y desarrollada a la luz de la Biblia, hace de su esposo, de sus hijos y de su entorno en general, personas de éxito. “Su marido es conocido en las puertas…” (Proverbios 31: 23).

Las mujeres están llamadas a edificar la casa con sabiduría y a imprimir el brillo necesario que le da la valía y distinción al hogar (Proverbios 14: 1 ; 12:4ª).

Las mujeres son un valioso instrumento de Dios para el cumplimiento de la Gran Comisión (Juan 4:28-29 , 39-42).

Las mujeres fueron diseñadas por Dios para ser de mucha ayuda, colaborar, ser de alivio y bendición. (Génesis 2:18).

Este ministerio tiene como propósito:

  • Que las mujeres reciban una respuesta integral ofrecida por Jesucristo a su vida personal y a su familia (Juan 10: 10b).
  • Formar un grupo de mujeres virtuosas, que sean de impacto no sólo en su hogar sino también en el entorno (Prov. 31).
  • Capacitar y desarrollar mujeres de todo nivel cultural y social, para que lleguen a descubrir la verdadera realización de sus vidas, a partir de los principios de las Escrituras (Lucas 1:38).
  • Desarrollar en las damas, la vida de oración, esencial para la prosperidad y bendición propia y de los suyos (Efesios 6:18).
  • Llevar familias enteras a los pies de Cristo, a través de un genuino cambio en sus propias vidas. (1 Pedro 3: 1).

 

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